Cada hombre que viene al mundo es algo absolutamente nuevo que se presenta a la realidad, se hace existente. Dicha existencia no es transmisible, algo que pase de padres a hijos. El contenido genético es lo único que pueden entregar los padres, pero que no determinan el “yo persona”. El hijo es un nuevo ser que se descubre “yo” a sí mismo.
Ha surgido un nuevo tú (1) que tendrá que auto determinarse a sí mismo o, más aún, descubrir su verdadera y propia identidad en medio de una civilización degradada a una comunicación monologal rebosante de información de tipo anónimo (2) que más que contribuir a la búsqueda y desarrollo de la identidad del “yo persona”, arrastra a la dilución y pérdida del yo en un ensimismamiento egocéntrico propiciado por tales situaciones.
Por dicho motivo me he propuesto publicar una serie de artículos que nos permitan entender los aspectos de la realidad a la cual hago alusión, y de la que más adelante daré mayores características. Pero lo que en verdad es importante y es, por supuesto, a lo que dedicaré mis esfuerzos y palabras, el modo adecuado y los factores más relevantes substancialmente de este peregrinaje hacia el auto conocimiento descubriendo mi “yo conciente” como un “otro” del resto que conlleva en sí mismo una esencia, “ser personal” más accesible y a la vez único; más trascendente y a la vez cercano, de lo que los conceptos comunicacionales de la sociedad actual pretenden reducir.
Un elemento imprescindible para ello será la escucha empática en los formadores que, teniendo en cuenta, estos, dicha coyuntura, deberán encontrar herramientas que ayuden a los formandos a salir del desértico yo motivándolo a entrar en un tú que, enriqueciéndolos cognitiva y experiencialmente, ayude a aclarar su propia identidad, su yo persona, la realidad de su cuerpo sentiente. Y esto mis queridos lectores es lo que pretendemos propiciar en estas sucesivas entradas.
¿Educador, formador, Maestro?
Hay en el hombre un misterio que se siente, pero del que la razón no alcanza a dar razón. Todo intento del hombre de autodefinirse a sí mismo, con las fuerzas de la sola razón y su ciencia, no produce resultado. Es evidente que no basta una buena base antropológica para formar al hombre, “aquello que se nos presenta en frente”, sino que se necesita un criterio de valores universales, amor, verdad, justicia, libertad; y mirar al hombre como una unidad de cuerpo sentiente y alma espiritual. Únicamente el formador que sabe acercarse al educando, poseyendo el criterio y mirada ya mencionados, con una visión sobrenatural, es capaz de formarlo como hombre verdadero e íntegro.
Todo hombre que, habiendo creído encontrar en sí mismo, en su propia razón, el conocimiento necesario para su autodeterminación, no alcanza el pretendido resultado; se reconoce necesitado de un otro, “tú, él”, persona, cuya presencia y experiencia enriquece y abre camino al conocimiento del “yo persona”.
Puesto que no es ajeno comprender las dificultades que implican las mencionadas experiencias y que existe, si no en el conocimiento experiencial, ni en las categorías más específicas espirituales del propio credo, sí en la conceptualización sobrenatural del imaginario colectivo el cual es el “Alter” trascendente de modo divino frente al cual nos interpela de tal modo que su sola otreidad nos arranca del ensimismamiento egocéntrico en el que estamos sumergidos para alcanzar al fin el conocimiento de lo substancial de nuestro ser individual, de nuestro “yo personal”. Frente a tal Maestro se encontrará un Discípulo.
1 Cf. Víctor E. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1991.
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